En la primavera de 1995, los directores daneses Lars von Trier y Thomas Vinterberg se juntaron para escribir un manifiesto que debía mostrar el camino que recondujera el cine a lo que realmente debía ser, lo llamaron 'El Voto de Castidad'. Este texto lo acompañaron con una declaración explicando su rechazo por el cine manierista de ilusión y por el cine personal. Con lo primero rompían con el clásico cine comercial, mientras que el segundo aspecto es una de las grandes novedades ya que rechazan el cine de autor, y por tanto se alejan de movimientos precedentes, como la nouvelle vague, que también buscaban un cambio.
Su apuesta es la de un cine puro y primitivo en el que se reducen los artificios de la técnica y la intervención del director para dejar todo el peso en manos de la propia historia y sus personajes. El camino son unas reglas que prohiben los saltos espaciales y temporales, la luz artificial, los decorados falsos, la aparición del nombre del director en los créditos, el cine de género... Toda una serie de normas que desde el primer momento generan controversia, principalmente, por su ambigüedad y radicalidad en aspectos como no hacer películas de género (una idea que es buena aunque difícil de concretar) o el intento de reducir el papel del director (hay que señalar que ellos reconocen que el que el director no firme la película no es más que algo simbólico) y pretender que la película deje de ser una 'obra'.
La clave para entender todo esto es la mezcla de ironía y seriedad que hay detrás: la crítica al cine actual expresada de un modo con el que se han reído de todo el mundo; pero, a la vez, se lo han creído. Lo básico es el modo en que estos directores han hecho cine, no el manifiesto sino cómo lo han interpretado: si la película ha de ser de 35 mm. y no se puede usar ni trípode ni sonido doblado, la solución es buscar una cámara manejable y después pasar lo grabado a 35 mm (Celebración, por ejemplo, ha sido grabada en super 8 y vídeo digital).
Al margen de todo esto hay cantidad de cosas curiosas como la invención de todo un lenguaje para las cosas que siguen el voto: películas dogmáticas, directores que se dogmatizan... Y, también, mucha confusión como la de considerar Los Idiotas como la primera película dogmática por el papel destacado de Lars von Trier dentro del grupo, cuando, en realidad, pese a que Celebración y Los Idiotas se estrenaron el mismo año, es Celebración la primera e, incluso, estuvo en Cannes un año antes que su compañera de viaje.
Además, ¡juro que como director me abstendré de todo gusto personal! Ya no soy un artista. Juro que me abstendré de crear una 'obra', porque considero el instante como algo mucho más importante que la totalidad. Mi fin supremo es forzar a la verdad a salir de mis personajes y escenas. Juro hacer esto por todos los medios posibles y al precio de cualquier buen gusto y de cualquier consideración estética.
De este modo hago mi Voto de Castidad.
Copenhague, lunes 13 de marzo de 1995.
Hacer un proyecto estrictamente original es prácticamente imposible. El propio DOGMA 95 no puede sostener como novedad más de dos cosas: la propia idea de hacer un manifiesto tajante que limita la libertad del director y su oposición al concepto de 'autor'. El resto no es más que la radicalización de ideas anteriores a ellos.
Desde los movimientos del nuevo cine de los sesenta, como la nouvelle vague o la overhausen, se ha mantenido un cierto rechazo por el cine de guiones simples y repetidos que fuerzan tramas complejas sin la más mínima esencia, por el cine espectacular de efectos especiales que requiere de fortísimos presupuestos porque eso es lo único que tiene; En fin, rechazo por el peor cine comercial, que no tiene porque ser el mismo que el cine dirigido a un gran público o aquel que tiene gran éxito de taquilla. Esto último hay que señalarlo, ya que, pese a la radicalidad del 'Voto de Castidad', nada de lo que hay fuera de él es tan tajante, ni su aplicación, ni en el resto de la vida de los directores.
No usar decorados creados, mantener la linealidad temporal, dejar al actor completa libertad, no hacer una obra de género, reducir al mínimo el papel del director... son cosas que ya hizo el artista pop Andy Warhol al rodar durante unas ocho horas a una persona durmiendo sin mover la cámara (lo cual ya rompería una regla importante de Dogma ya que nadie aguanta ocho horas seguidas sin trípode) y sin que el durmiente se moviera o despertara, lo cual no hace muy amena la cinta.
El que sí se olvidó del trípode fue John Cassavetes, de la iluminación artificial ya prescindía Eric Rohmer, y no limitar el guión lo hacía Ken Loach hace tiempo, al permitir a sus actores un buen margen de improvisación; incluso Hitchcock, sin caer en la radicalidad de Andy Warhol, rodó en tiempo real La Soga, y en estos dos casos no es que no se rompa la linealidad temporal sino que es estricto tiempo real sin montaje.
Pero al hablar de influencias también hemos de mirar hacia el otro lado, hacia el presente. Aunque esa inspiración bien puede venir de cualquiera de los autores ya citados, muchos consideran que el logro más importante de DOGMA 95 es el de consolidar, dentro del cine independiente, una serie de tendencias acordes a sus reglas. El caso de estas tendencias es claramente el de Rosetta, de los hermanos Dardenne, que parece seguir casi todos los 'mandamientos', aunque sus autores lo nieguen. En esa línea están cientos de películas que, incluso con una estética muy distinta, siguen muchos de los preceptos del grupo, ocurre, entre otras, en: The Blair Witch Project, Encuentros Nocturnos de Andreas Dresden, El Pequeño Ladrón de Erick Zonca, o, aun por llegar, Érase Una Vez de Juan Pinzás, protagonizada por Paul Naschy, y Lovers, película del francés Jean-Marc Barr, que dirige en inglés a Elodie Bouchez.
Lo polémico es que este tipo de cine ya se hacía antes de DOGMA 95 y, probablemente, se seguirá haciendo después. Es difícil saber hasta que punto los daneses han marcado una tendencia o, simplemente, han reconducido y recalcado lo que ya se hacía.